Hace mucho, mucho tiempo, en tiempos de luz, color y castillos, existió un reino, el reino de Gaol. Tierra de paz y prosperidad, donde todos, tratados como iguales, compartían una existencia de paz y armonía.

Los guías y líderes de este reino eran, los llamados Caballeros de la Luz, hombres y mujeres que con sus brillantes armaduras doradas regían con justicia y amor este reino. Vivían en un castillo, en la tierra de Ivorell, bañadas por ríos y verdes pastos.

Estos hombres y mujeres, en igualdad, decidían siempre con la vista puesta en los demás, porque un Caballero de la Luz no permanece indiferente ante la injusticia. Sabe que todo es una unidad, y que cada acción individual afecta a todos los hombres del planeta. Por eso, cuando presencia el sufrimiento ajeno, usa su espada para poner las cosas en orden.”

Pero no siempre pudo ser así. Uno de los caballeros, el llamado Èibhinn (el envidioso), cegado por su envidia y deseo de poder, conjuró fuerzas oscuras y aprovechando el amor de sus hermanos, los desterró, haciéndoles sufrir el dolor más terrible, la soledad, la pérdida del hermano querido. Sandere, las tierras oscuras, fue el lugar donde nuestros valerosos héroes y heroínas tocaron fondo. Perdieron el brillo de su armadura dorada, también su brillo interior y durante un tiempo, malvivieron, sufrieron, lloraron, pensando en lo que fue y lo que no sería, pero…

Un Caballero de la luz sabe que las batallas que libró en el pasado siempre le dejaron alguna enseñanza. Más de una vez perdió su tiempo luchando por una mentira y sufrió por personas que no estaban a la altura de su amor.

Los victoriosos no repiten el mismo error. Por eso el guerrero sólo arriesga su corazón por algo que vale la pena.

Y con dolor en su corazón y los pies cansados, comenzaron su retorno…